Opinión
Cuando elegir es hacer renunciar
Por Marta Martín Llaguno
Ítalo Calvino escribía en El Castillo de los Destinos Cruzados (1973) que "Cada elección tiene su anverso, es decir, una renuncia, por lo que no hay diferencia entre el acto de elegir y el acto de renunciar". Tenía razón.

La libertad es eso: la capacidad humana de poder obrar según la voluntad, entre varias opciones (cuando las hay), con unas consecuencias. La libertad tiene como condiciones sine qua non: de una parte, la existencia de alternativas y, de otra, el ejercicio de la voluntad.

Como contrapartida, la verdadera libertad acarrea inherentemente la responsabilidad. Cuando uno decide es siempre responsable de las consecuencias de su decisión: especialmente cuando sus actuaciones implican coartar a otros las suyas, es decir, suponen renuncias para los demás.

La tramitación de los PGE llega a su fin. Pedro Sánchez ha elegido. Ha decidido recorrer el camino de la radicalidad con ERC y Bildu y alejarse de la moderación y el servicio a los ciudadanos. Frente a la vía moderada ofrecida por nosotros, Ciudadanos, -que apostaba por medidas que pudieran proteger a los españoles en la terrible situación (sanitaria, social y económica) generada por la pandemia y que pedía alejar concesiones políticas trasnochadas- el presidente ha decidido garantizar su supervivencia en Moncloa, subastando este país entre nacionalismo y el populismo. Y lo ha hecho porque ha querido. Voluntariamente, con premeditación y alevosía, faltando a su palabra y a costa de los españoles.

Lo grave no es la dimensión moral de esta determinación (que la tiene). El problema no es cómo el señor Sánchez va a poder mirar a sus hijas, a sus padres, a sus colegas de partido, a sus votantes... a sí mismo después de jurar y perjurar que no daría la gobernanza de este país a quienes quieren romperlo. Allá él con su conciencia.

El problema es que su decisión hace que muchos españoles tengamos que renunciar a muchas cosas justo en el momento en el que más las necesitamos.

Ante unos presupuesto que no eran, ni mucho menos, los mejores para este país (pero que iban a salir sí o sí por aritmética parlamentaria), desde el primer momento tuvimos claro que sólo cabía intentar hacer política de contención.

Política de contención fue no presentar una enmienda a la totalidad (que sabíamos que aritméticamente no prosperaría, porque sería la octava o novena y más de lo mismo), como hicieron otros partidos, para poder negociar que Sánchez no subiera, como pretendía Iglesias, el IVA a la educación y a la sanidad, el IRPF a las clases medias, el impuesto de Sociedades y el precio del diesel. Frenamos subidas de impuestos a familias, pymes y autónomos por valor de 5.000 millones de euros. Ahí queda, nadie nos puede quitar lo logrado ni ponerle un solo pero. Lo hicimos voluntariamente, desechando la alternativa de irnos al rincón de muy enfadados -a la par que inútiles-. Lo hicimos sabiendo que tendríamos que tragarnos la indignación y previendo que tendríamos que escuchar insultos desde las bancadas de los nuevos "indignados", que renunciaban a trabajar en la protección de los españoles.

Política de contención ha sido tratar de arreglar, peleando enmiendas, el desvarío de unas cuentas que inflan los ingresos, que no cumplen con Europa, que no plantean ni una de las reformas que necesita este país y que esconden prebendas para chiringuitos para los amigos de Sánchez y los independentistas.

Política de contención ha sido aguantar en la mesa de negociación (teniendo que leer los tuits de provocación Echenique que sólo a él le han puesto en evidencia) defendiendo las necesidades justificadas de muchos españoles a los que otros partidos han abandonado con su inacción y sus vacaciones pagadas por todos.

Pero si algunos, como se ha visto, tienen un precio, nosotros tenemos un límite. El PSOE estaba advertido: no daríamos un sí si Sánchez no aceptaba, como mínimo, las llamadas "líneas naranjas": apostar urgentemente por ayudas directas a pymes y autónomos para que pudieran sobrevivir a esta crisis, implementar una baja remunerada de conciliación y revertir los pagos políticos por adelantado que el presidente había hecho al secesionismo y al nacionalismo.

Porque las cosas claras: han sido Otegi, Rufián y Ortuzar quienes han mezclado Rolex con setas en la negociación, exigiendo el veto al castellano en la educación, el acercamiento de etarras, y la expulsión de cuarteles militares a modo de trofeo. Son los filoetarras, los secesionistas y los nacionalistas quienes se han cobrado el sí de esta semana por adelantado. Y el PSOE se lo ha pagado, con el dinero y los votos de todos, potenciando además la guerra fiscal (que no armonización) contra algunas comunidades que por supuesto no son la vasca ni la navarra.

Las líneas naranjas eran las condiciones, no las cuestiones que Ciudadanos había estado negociando. Nosotros habíamos planteado enmiendas necesarias y buenas para todos los ciudadanos en todas y cada una de las secciones que esta semana van a ser votadas. Son muchas, pero pondré, como ejemplo, los fondos para poder garantizar los permisos de los padres que tienen que quedarse al cuidado de los niños por el confinamiento, las intervenciones de choque para paliar los daños que la Covid en la educación, sistemas de mejora de eficiencia en la gestión de becas, ayudas e intervenciones para el turismo y la hostelería o una propuesta de financiación suficiente de la I+D+i y la ciencia (como la opción de poder destinar a estos menesteres el 0,7 del IRPF).

Todas estas propuestas y muchas más, fueron lapidadas en la comisión de presupuestos la semana pasada. Y no sólo por el no de los socialistas y sus amigos, sino también por la vergonzosa ausencia de los diputados de VOX, que decidieron tomarse unas vacaciones pagadas en un momento crucial para este país.

También ellos, desde la libertad, tenían alternativas. También ellos eligieron voluntariamente. Por tanto, también ellos tendrán que dar cuenta a los españoles de sus responsabilidades. Con Sánchez y como Sánchez. 

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